El debate entre democracia directa
y democracia representativa ha sido uno de los elementos clave a tratar por los
politólogos y pensadores en el campo de la ciencia política desde hace siglos.
Obviamente, sería demasiado pretencioso declarar radicalmente un tipo de
democracia como mejor o peor por la dificultad de la cuestión. Sin embargo,
trataremos de explicar este debate desde un punto de vista no demasiado radical
y teniendo en cuenta las circunstancias históricas.
Existe en nuestra sociedad un
gran número de individuos que asevera que la democracia directa es la forma de
democracia más deseable. En parte, puede afirmarse que este pensamiento puede
venir inculcado por el gran arraigo que tiene en la cultura europea de las
últimas décadas la concepción de que la democracia es el sistema preferible.
Digamos que no existe una oposición importante a esta idea; se presentan
críticas al funcionamiento de la democracia pero de ninguna manera se cuestiona
que su superioridad como sistema. Enlazado con esto, cabe destacar la
concepción de la democracia que la población tiene es realmente vaga. Puede
resumirse en un “todos deciden todo” y reducir a esto la soberanía popular.
Además de existir una creencia, en parte falsa, de que la democracia es la
forma natural de organizar una sociedad basándose en el ideal griego de
Ekklesia (Asamblea popular). Al reducir la democracia a esto se concibe la
historia de una forma lineal, como si las necesidades no hubieran variado desde
esa utopía griega y como si fuera igual de viable en este contexto; en este
espacio y momento concretos.
Cabe destacar también, la
presencia de argumentos propios del pensamiento de Rousseau como “toda ley que
no haya sido ratificada por el pueblo en persona es nula, y no es ley”, “la
representación expropia la voluntad del pueblo” o “hay un abismo entre el
pueblo libre haciendo sus propias leyes y un pueblo eligiendo sus
representantes para que estos les hagan sus leyes”. No obstante, es necesario enmarcar
estas ideas de Rousseau en el contexto que este propone; el de una nación
dividida en Estados pequeños para que la administración sea más sencilla.
Además es requisito indispensable para Rousseau que se trate de gobiernos
pequeños donde cada ciudadano sea conocido. En muchas ocasiones se han extraído
las afirmaciones de Rousseau, tergiversándolas y extrayéndolas de este contexto
fundamental para argumentar la defensa de una democracia directa en un contexto
totalmente diferente.
Es relevante remarcar
nuevamente la necesidad de abandonar la idea de la concepción lineal de este proceso
y tener en cuenta los diversos factores que influyeron en el proceso de “conversión”
de nuestra democracia. Es conveniente recordar que la representación política
está asociada al desarrollo del Estado-nación. Como advierte Manin, la
democracia representativa fue concebida por sus creadores en oposición a la
propia democracia. Surge de la necesidad, de la práctica en los gobiernos
monárquicos y aristocráticos de Inglaterra y Suecia; concebida como una
representación meramente corporativa y que asumía que no todos los hombres eran
iguales y que nada tiene que ver con la actual, esencialmente por la falta de
reconocimiento de los partidos políticos.
Madison afirmaba que el
propósito de la representación era pasar las visiones del pueblo por un tamiz
de un grupo selecto de representantes. Por su parte, Siéyès consideró esta
forma de “democracia” preferible por ser más apropiada para una sociedad que
había cambiado, en la que los individuos abandonan sus preocupaciones por los
asuntos públicos. Para mantener la democracia se hizo indispensable
transformarla en estos términos y evidentemente, supuso un gran reto hacer
compatibles los antiguos valores democráticos con la existencia de elites en la
política. Además, la tardía legalización de los partidos políticos complica aún
más la cuestión y cambia nuevamente la situación llevando a la necesidad de
ampliar el sufragio. Puede hallarse en esta cuestión el origen de la indecisión
de muchos ya que la concepción de la democracia que nos ha sido inculcada
entremezcla estas dos formas, en parte contradictorias.
Una vez estudiado (de manera
muy superficial) el camino que ha recorrido la democracia, es interesante
detenernos en el momento actual y hacer una breve reflexión.
Ateniéndonos a la
clasificación que hace Crouch, existirían tres etapas de implantación del
sistema democrático: predemocrático, cumbre y el momento de caída; en el que
nos encontraríamos actualmente. Este periodo es de baja calidad democrática y
de alto peligro para la supervivencia de esta. Se ha dado un proceso de
deshumanización, las expectativas se ven cubiertas o defraudadas y existe una
evidente falta de interés por todo lo relacionado con lo colectivo. Es por
ello, que una parte de la doctrina considera un problema que la ciudadanía esté
tan desinformada y que sobre todo quiera seguir estándolo. Este sector, llamado
“pesimista” argumenta que la opinión pública es inestable e irracional; la
teoría de la democracia directa pediría un esfuerzo a los ciudadanos que no
estarían dispuestos a hacer.
La apatía política es más visible en
los jóvenes europeos según los últimos estudios. Y concretamente en España, los
niveles de participación política son más bajos en comparación con el resto de
Europa y el interés por la política es menor que el de las generaciones más
mayores. A pesar de esto, los jóvenes españoles seguimos considerando la
democracia como la forma más preferible de gobierno, participamos más en
actividades de protesta no convencionales y somos el colectivo más abierto a
firmar ILPs. Además, cabe añadir a nuestro favor, que aunque la abstención haya
crecido ello no confirma que seamos especialmente apáticos con los asuntos
públicos y que no hay identificación de partidos políticos no por rechazo hacia
ellos sino porque tenemos una visión más crítica hacia estos.