El Derecho
comunitario reconoce los partidos políticos europeos. Se recalca repetidamente
su importancia a lo largo de los tratados; pero más
allá de esta afirmación y su regulación en Reglamento (CE) Nº 2004/2003 del Parlamento
europeo y del Consejo de 4 de noviembre de 2003, ¿existen realmente partidos políticos
europeos más allá de ser esas construcciones artificiales, concentración entre
las formaciones nacionales de ideología similar?
En
el artículo 10.4 del TUE se señala que Los partidos políticos a escala europea contribuirán a
formar la conciencia política europea y a expresar la voluntad de los
ciudadanos de la Unión, pero no nos
engañemos, los partidos políticos europeos en estos momentos no
son más que una construcción artificial. Y su denominación da lugar a confusión
ya que en la práctica estaríamos hablando más bien de “grupos parlamentarios
europeos”. A no ser que alguien considere que efectivamente el Partido
Socialista Europeo es más que la suma del PSOE español, el PSD alemán y el
Labour Party entre otros. Nos encontramos ante coaliciones que discuten y acuerdan
como entes separados en favor de intereses de los propios partidos nacionales,
gobiernos y en el mejor de los casos, en interés de países, aunque se trate de
disfrazar con simbología. Indudablemente esta forma de agrupación entra en
conflicto con lo proclamado en el art. 191 del Tratado Constitutivo de la Unión
Europea: Los partidos políticos a escala
europea constituyen un importante factor para la integración en la Unión. Dichos
partidos contribuyen a la formación de la conciencia europea y a expresar la
voluntad política de los ciudadanos de la Unión.
El
Parlamento Europeo pretende encarnar el interés común de los ciudadanos
europeos y formar una voluntad común europea. ¿Es esta aspiración compatible
con un sistema basado en la suma de agrupaciones que en definitiva supone la
suma de voluntades nacionales? Parece que para lograr esa voluntad europea lo más
coherente sería evitar las interferencias nacionales ya que el PE supone, en
teoría, la representación de los ciudadanos y no de los pueblos. Para aparentar
la no existencia de esa suma de voluntades nacionales, se dispone que los “grupos
políticos” europeos deben estar integrados por al menos 25 parlamentarios, los
cuales deben pertenecer al menos a 7 Estados diferentes.
¿No
sería una solución más lógica la eliminación del sistema de ponderación en el
reparto de escaños y la consiguiente desaparición de las elecciones al PE en
clave nacional? Un ciudadano= un voto; circunscripción europea única. Que un
belga pueda votar en su lista a un polaco y a un italiano en beneficio del
pueblo europeo sin que cada uno de estos represente intereses nacionales. ¿No
sería más “justo” que el valor del voto de un ciudadano sea igual
independientemente del número de población del país en el que habita?
Nos
encontramos una vez más con la paradoja constante en la integración europea. La
exigencia de unos ciudadanos que critican el excesivo peso de determinados países
en la unión y gobiernos que, como siempre, son reacios a la cesión de soberanía
(aunque sea de una forma simbólica), intereses partidistas de los de siempre y rechazo
de cualquier gesto que suponga renunciar a nuestra identidad nacional.
En
estos momentos nos encontramos en una situación crucial para la UE. Está en
juego dar el paso hacia delante para reforzar la unidad o un retroceso de cohesión
que difícilmente será subsanado en los próximos años. Es imprescindible
convertirnos en una Unión política y social, más allá de lo económico para ser
capaces de dar ese paso adelante. Y para ello no podemos obviar la necesidad
aumentar la legitimidad democrática de las instituciones europeas; para
sentirnos gobernados realmente por estas y exigir en consecuencia. Es esta la
mejor arma para combatir el euroescepticismo, fruto de la desafección e
ignorancia y frenar el auge de la "eurofobia" producida por la crisis.